miércoles, 25 de mayo de 2016

MANUELITA, MANUELA

MANUELITA, MANUELA

            Se pone de puntillas, estira mucho el cuello e imagina que mete la cabeza en una nube, una de esas blancas y esponjosas de un mediodía soleado. Su cara va penetrando el tejido suave de la nube como nieve tibia, que se deshace un poco y resbala por sus mejillas. La nube es blanda y confortable y huele a tarde de lluvia; consigue elevarla ligeramente, sus pies ya no tocan el suelo y va caminando como si flotara. Así se pasa Manuelita muchos ratos, dejándose llevar por sus ensoñaciones. Cuando la gente dice de alguien, o de ella misma tan a menudo: “tiene la cabeza en las nubes”, Manuela piensa que son capaces de verla a ella en su imaginación. También piensa que a todo el mundo le pasa como a ella, aunque quizás no tanto porque sus compañeras de clase muchas veces se ríen de sus despistes. De pronto el grito de su madre atraviesa la blandura de la nube: ¡Manuelitaaa, si tengo que ir yo a por ti, verás! Y Manuela saca poco a poco la cabeza de la nube, no sin esfuerzo, y estira todo lo que puede las puntas de los pies hasta tocar el suelo. Ya casi ha salido pero se le ha quedado sueño en los ojos. ¡Manuelaaa! La niña se sobresalta aunque ya se lo esperaba, cosas que le pasan a ella. Corre hacia su casa porque sabe que su madre no está de buen humor.

-          ¿Qué quieres, mamá?
-          ¿Pero dónde te metes? Bueno, es igual. Toma, dile a Segundo que te llene la garrafa de vino del tonel nuevo.
-          Mamá….
-          ¡Tira!

            La abuela viene algunas tardes para echar una mano en la casa. A Manuelita le gustan los cuentos que le cuenta su abuela. Su abuela es la mejor contando cuentos. Ella se queda siempre boquiabierta escuchándola. La abuela comienza a hablar y va tirando de las palabras despacio, sin esfuerzo. Las palabras salen enlazadas entre sí como los pañuelos de un mago. Ve salir pájaro, sol, viaje, mundo… y cada una tiene un color distinto.  El pañuelo palabra pájaro tiene plumas de colores. El pañuelo palabra cristal brilla al sol. El pañuelo palabra cielo es luminoso y hay en él blandas nubes blancas. El pañuelo palabra cocina huele como su mamá. El pañuelo palabra puñal da frío. El pañuelo palabra quebrar duele con un crujido de rama seca. Cuando acaba el cuento a Manuelita le cuesta mucho trabajo volver a la realidad y quiere que la abuela le siga contando, pero a pesar de su insistencia nunca lo logra porque la abuela es una mujer de carácter y cuando dice  se acabó, se acabó.

            Manuelita se acuesta siempre con frío en los pies, por eso no se quita los calcetines. A lo largo de la noche, cuando  por fin entra en calor empuja un calcetín hacia abajo con el dedo gordo del pie contrario y luego hace lo mismo con el otro. Los calcetines quedan enredados entre las sábanas pero ella sabe que su madre se enfada si los encuentra, por eso está ahora metida bajo las mantas buscando los dichosos calcetines. Oye en la calle un sonido rítmico, ras, ras, ras, y no necesita asomarse a la ventana para saber que está su padre  otra vez barriendo de madrugada la puerta de la calle.
            La niña se ha ido a la cama llorando porque su padre la ha zarandeado agarrándola de un brazo al darse cuenta de que en la casa había vino. Cuando le pasan esas cosas Manuelita no puede hablar porque las palabras quieren salir todas de golpe y se quedan atascadas en algún lugar entre el pecho y la garganta, y no salen, no salen, pero si hubiera podido le hubiera dicho a su padre:

- ¿Qué hago, papá? Si no voy, la mamá me pega. Y también le hubiera gustado decirle que aborrece ir a la bodega de Segundo porque no le gusta el olor a alcohol, ni le gusta la oscuridad que hay allí ni que Segundo se roce con ella como quien no quiere la cosa cada vez que tiene ocasión. Todo eso le hubiera dicho a su padre si hubiera podido hablar.

            La abuela ha entrado a su cuarto, le ha puesto una mano sobre la cabeza y le ha dicho:
- No llores, nena, tu padre no está enfadado contigo, es que ya sabes lo que pasa, hija... No llores, anda, duérmete.

            Y la voz de la abuela hace que ese nudo como de trapos sucios que le aprieta el pecho se vaya soltando hasta desaparecer. Manuelita llora despacio intentando meter la cabeza en su nube para no pensar pero se duerme antes y el sueño cálido, cálido como el abrazo de la abuela, la lleva hasta su nube.




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