viernes, 22 de septiembre de 2017

SALSA CATALANA

SALSA CATALANA

Me he resistido a escribir sobre Cataluña porque me parece una noticia artificialmente aumentada, gigantizada, y he evitado, hasta ahora, contribuir a la elefantiasis de la cuestión con mi voz. Pero es que escucho opiniones estos días cercanas al supuesto de que el uno de octubre el universo implosiona y se pliega sobre sí mismo; o algo peor. Al parecer el mundo se acaba.

Por una parte tenemos desde hace unos meses al nacionalismo español más cerril y ultramontano que anda revuelto y saca a pasear su bandera apolillada:
- España no hay más que una, si no quieren ser españoles que se vayan a Francia: claro que sí, hombre, porque  la escritura del suelo que pisan los catalanes pertenece a Madrid.
- En Cataluña imponen el catalán, ¡que hablen español!: a ver, el catalán lo hablan algo más de siete millones de personas mientras el español es, después del chino, la lengua más hablada del planeta con casi quinientos millones de hablantes. ¿Cómo es posible que un idioma tan extendido se sienta amenazado por una lengua minúscula? Pues porque este argumento es falaz e interesado que responde al argumentario empobrecedor de la nación única y la lengua única.
- Esto se arregla sacando los tanques: bien pensado. No os habéis puesto estupendos ni con el desmantelamiento de la sanidad ni de la educación, no os habéis alterado con la constatación más allá de toda duda de que nos gobierna un ejecutivo corrupto, no se os ha movido un pelo al saber que tenemos una judicatura presa de veleidades políticas. Pero, oye, dicen los catalanes de hacerse una pregunta en referéndum y se os abre la navaja en el bolsillo.  Eso es tener criterio, compatriotas.
- ¿Qué referéndum ni qué narices? De referéndum nada: ante este posicionamiento cabe cuestionarse si preguntar ofende, porque yo creo que no hay nada más legítimo ni más democrático que el que la ciudadanía se interpele sobre cómo quiere ordenarse en sociedad. Cuestión aparte es a qué intereses sirve esa pregunta y cómo se articula, que eso ya es harina de otro costal.

Para mí, la pertenencia a una determinada nación no es ni ha sido nunca un valor per se, pero me hace mucha gracia el hecho de que el nacionalismo español señale al nacionalismo catalán como una anomalía. Lo que es ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. Y es que el nacionalismo español se percibe a sí mismo como el estado natural de las cosas, o sea, lo que en un mundo cuñado hay que ser para ser normal, a saber: abonado a la sacrosanta transición, monárquico, defensor de las procesiones aunque no vayas a misa, valedor de la bandera y de la fiesta nacional, hablante de español y más ná, ni machista ni feminista, en fin, esas cosas.

De otro lado tenemos a un catalanismo clasista y conservador, auto  victimizado, un catalanismo simplista que, olvidando interesadamente los casos propios de corrupción (la vergonzante famiglia Pujol, el infame tres por ciento, el caso Palau de la Música, las autopistas pagadas setenta veces siete) saca la imagen de una de barra de pan y dice: "este trozo tan gordo nos lo quita España" cuando la triste realidad es que ese enorme trozo de pan se lo están quitando los que tienen más a los que tienen menos en España, en Cataluña y en Pernambuco. ¿Queréis ejemplos? Hay a casco porro, pero por no irnos muy lejos estos días hemos sabido que nosotros (los que tenemos menos) les hemos regalado graciosamente a los bancos (los que tienen más), unos cuarenta y cinco mil millones de euros porque sí, porque somos así de rumbosos. Y sobre este tema no hay, ni en TVE ni en TV3, informativos especiales. Tampoco se ve más movimiento al respecto que el encogerse de hombros de la inmensa mayoría.

Con el tema del nacionalismo no puedo evitar acordarme de un pequeño cuento de Galeano que decía que un cocinero preguntaba a las gallinas con qué salsa querían ser cocinadas. Pues, siguiendo el mismo principio, un sistema profundamente corrupto pregunta a la ciudadanía que con qué salsa quiere ser cocinada y unos responden con entusiasmo: “¡Salsa española para todos!” y otros replican: “¡Nosotros queremos salsa catalana!”. Al menos las gallinas de Galeano tuvieron el criterio suficiente para decir que ellas no querían ser cocinadas. Mirad, lo diré en corto porque este tema ya me fatiga: al personal le echan mano a la cartera y apenas se rebulle pero le sacuden un trapo frente a la cara y se va todo el mundo detrás.

Todo este mosaico de  opiniones, de noticias y pseudo noticias, urnas para arriba y para abajo, la guardia civil buscando imprentas en cada esquina, imputando alcaldes, deteniendo a políticos sumariamente, todo este ruido, este manojo de llaves sacudido frente a nuestras narices mientras nos meten la cucharada de aceite de ricino en la boca, ¿para qué sirve? Pues la historia nos enseña que en épocas de crisis los malos gobernantes acuden a la guerra o al conflicto para extremar posicionamientos y para concitar adhesiones: venga, detrás de mí todos los que estén de acuerdo en dar una somanta de palos a esos del soberanismo independentista, ¿por qué? Por catalanes. Esto del conflicto y/o guerra es un clásico: lo hizo Thatcher con las Malvinas, lo hizo Aznar, a un nivel ya más casero, en plan Cantinflas, con lo de Perejil y lo estamos viendo ahora con Trump y Kim-Jong-Un, dos monos con lanzallamas. Es así, los matones emplean su matonismo para hacer pandilla, recordad si no el trío de las Azores.

Desde luego con los últimos disparates perpetrados por el ejecutivo español de detener dirigentes políticos en Cataluña, hacer registros y entrar en sedes, el  que quería votar, votará, el que tuviera dudas, votará e incluso el que no hubiera tenido intención ninguna de votar, que hubiera sido mi caso, votará también por pura dignidad ciudadana, porque tamaño atropello no puede dejar impasible a nadie. No se puede consentir que la unidad sea aplicada con una maza. Rajoy, ese político que nunca actúa, así se esté hundiendo un buque petrolero que haga peligrar toda la costa gallega, ha actuado y ha conseguido lo que parecía casi imposible: convertir una reivindicación por la independencia circunscrita a Cataluña y que daba síntomas de no ir a ningún lado en una lucha por los derechos civiles con eco en todo el estado y con pocos visos de solucionarse. Es lo que tiene el matonismo, que concita adhesiones a un lado y a otro y te obliga a elegir bando, aunque tú no estés de acuerdo con ninguno.


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