domingo, 16 de enero de 2022

LA FRONTERA BIELORRUSA

LA FRONTERA BIELORRUSA

Mi familia, como casi cada familia, se reúne en Navidad, no es que seamos originales precisamente. Pero en la mía, no acierto a saber bien por qué, cada Navidad surge una reflexión sobre el horror de la Alemania nazi, sobre el peligro de repetir la historia y sobre el asombro del fascismo emergente. No es un tema muy navideño pero es un debate que acude puntual a su cita. Misterios familiares.

En esta ocasión yo me preguntaba en qué momento un ser humano o más bien un grupo humano deja de ser completamente humano para el resto de la sociedad porque creo que ese es el punto de partida de todo fascismo. De qué manera se acepta lo inaceptable, qué mecanismos concurren en la dinámica de grupo para que aceptemos o para que, como mínimo, nos deje indiferentes que otros sufran.

Cuando hablamos del Holocausto no dejamos de asombrarnos de la multiplicidad de suplicios que se pueden inventar para causar dolor. El asombro es fundamental,  el asombro y la indignación: nos acercan al prójimo y nos hacen rechazar todo daño que otros padezcan. Pero creemos que con el Holocausto la humanidad llegó a un pico de horror que no se puede volver a producir. Y ahí, lamentablemente, estamos muy equivocados.

Hemos visto horrorizados lo que ha ocurrido este año en la frontera bielorrusa, una frontera que se ha convertido en una cárcel para hombres, mujeres, niños y niñas. Una cárcel de frío, barro, hambre y miedo. Una grosera raya en el suelo que divide lo humano de lo no humano. Por lo visto, es una nueva forma de táctica de guerra: el uso de refugiados para presionar al adversario. Así es como Bielorrusia ha querido crear problemas a Polonia. Solo que el material utilizado es humano.

Como material de desecho está tratando Europa ahora  a los miles de refugiados que huyen de unas guerras auspiciadas por la propia Europa, y que son traídos ahora a esta frontera para ser utilizados como sacos terreros, refugiados que son reducidos a mera molestia, un incordio para Polonia que se dedica a hacer devoluciones en caliente. ¿Por qué? Porque no son mercantilizables. Se ha suspendido su estatuto humano. Los gobiernos europeos no atienden a llamadas de solidaridad, humanidad, derechos humanos porque no están al servicio de la ciudadanía sino del capital. Paradójicamente, en toda Europa, y en especial en el Reino Unido gracias al Brexit, falta mano de obra no cualificada. ¿Por qué entonces se prescinde de los migrantes, se les trata como individuos de tercera, ciudadanos de ninguna parte, apátridas, mera molestia?, ¿por qué se permite que se ahoguen el Mediterráneo o se congelen en la frontera Bielorrusa? Y una pregunta más: ¿no nos acerca al inicio del Holocausto esa indiferencia de gobiernos y ciudadanía hacia los que sufren?

Creemos que los pasos que damos hacia adelante nunca pueden volver hacia atrás, que nuestra evolución como seres civilizados es constante. Y ahí también estamos equivocados. Como ejemplo pondré la dolorosa paradoja danesa. Hannah Arendt en "Eichmann en Jerusalem" habla  de cómo durante la II Guerra mundial, la resistencia de la población y el gobierno danés impidieron la deportación de judíos. Emocionan hasta las lágrimas estas páginas.  Sin embargo solo unas pocas generaciones más tarde, el gobierno danés confisca las joyas y objetos de valor a las personas refugiadas que pisan su suelo, adoptando medidas cada vez más restrictivas hacia los migrantes. Generaciones educadas, se supone, en mayor igualdad y solidaridad aunque sólo sean teóricas. Causa dolor, asombro y confusión.  Qué ha pasado. 

El asombro y la indignación son fundamentales como decía antes porque cuando despojamos a otros de su estatuto humano, cuando el sufrimiento humano nos es ajeno (el primer paso es la indiferencia, después viene la justificación y por último la acción) nosotros mismos perdemos nuestra entidad humana. Y es en ese momento en que todo está perdido.


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