viernes, 3 de junio de 2022

EL REY DE LA BARAJA ESPAÑOLA

EL REY DE LA BARAJA

Hay una coplilla que dice:

Si tu madre quiere un rey

La baraja tiene cuatro:

Rey de oros, rey de espadas,

Rey de copas, rey de bastos

Bien pues el emérito es el rey de la baraja, es todos los reyes de la baraja a la misma vez porque le ha dado a todos los palos:

Rey de oros. Las voces monárquicas nos presentaban a este rey como el mejor embajador de España cuando en realidad ha sido un mero comisionista, un comisionista feroz. Con él hemos jugado al ganapierde: él ganaba, nosotros perdíamos: utilización corrupta de los presupuestos del estado, opacidad, cuentas en Suiza, oscuras y caras comisiones por el AVE a la Meca, una máquina de contar dinero en la Zarzuela, como si de un vulgar contable de la mafia se tratara… Son tantos los detalles que han trascendido últimamente de su amor por el vil metal que su epitafio debería rezar: “Aquí yace el Rey de Oros”. Porque es lo que ha sido, por encima de todo. Lo terminó pagando el yerno que no es que no mereciera ir a la cárcel, pero a la vista está que Urdangarín ha sido un simple aprendiz, y uno no muy espabilado, por cierto. Porque el emérito en esto de trincar sigue siendo el rey.

Rey de copas: por lo visto hace honor a su dinastía y le da no solo al bourbon sino a toda bebida espirituosa que se tercie. Esto no contribuye a su ejemplaridad, pero es un defecto menor en comparación con todos los demás dijes que le adornan.

Rey de espadas. Su afición por las armas empezó bien temprano, su torpeza también: mató de forma accidental a su hermano de 15 años cuando él tenía 18. Pero no se le pasaron las ganas de seguir jugando con pistolas. Su afición por la caza le llevó a Botswana a matar elefantes, junto a su amante oficial. Pero antes le había llevado a Rumanía, a matar un oso borracho (hecho del que nos informó la prensa extranjera porque la prensa nacional ha sido tan servil como cortesana). Con un oso borracho no puedes fallar, con una ciudadanía maniatada tampoco: la maniobra del 23F era una jugada ganadora. Si el golpe de estado salía adelante, él sería el cabecilla; si el golpe de estado fallaba, él saldría a reconducir a los militares díscolos y a meterlos en cintura, como un padrecito bueno. Ganó la opción B y todo quedó en un bonito relato según el cual JCI salvó la democracia en España. Qué digo salvó… inventó la democracia. 

Rey de bastos. Si tomamos este palo como el impulso fálico, el emérito sería un magnífico representante. Nunca sería el rey de corazones de la baraja francesa (por qué llamarle amor cuando queremos decir sexo) porque lo suyo es bastante menos sofisticado. Jose Luis de Vilallonga le halagaba diciendo que era “un grand tombeur de femmes” que en francés suena muy fino pero cuya traducción literal es tumbador de mujeres, ojito con la expresión…. Ser rey de corazones implicaría un refinamiento del que carece un vulgar tombeur de femmes.

Su condición combinada de rey de oros y rey de bastos es la que le ha llevado a dilapidar la reputación espuria de monarquía ejemplar que la Casa Real española había acumulado durante décadas. Y la que le ha llevado a alejarse del hijo, fijando residencia en Dubai a ver si a la estafada ciudadanía se le olvida que el jefe del Estado ha sido perseguido por la justicia internacional porque ojos que no ven corazón que no siente. Al final, el lote de millones de euros que le colocó a Corinna como regalo en una cuenta off-shore al objeto de blanquearlos le han explotado en la cara. La fiscalía suiza ha sobreseído el caso porque ya se sabe, hay que mantener la baraja completa, pero ya a casi nadie se le escapa que la baraja de la monarquía tiene las cartas marcadas.

Estos días JCI ha regresado a hacer turismo por España como un jubilado del Imserso (un jubilado cuya excursión costara doscientos mil euros, claro), con la consiguiente polémica. Pero el problema de la monarquía no es si el emérito vuelve o si no vuelve, si lo hacen hijo predilecto de Abu Dabi, si pasa otro cumpleaños en soledad o si lo operan. El problema es otro: el hijo no encuentra modo de extirpar al padre, ni de extirpar su bien ganada fama de mujeriego, de cazador furtivo y de comisionista a tiempo completo. Y nosotros no encontramos manera de extirpar a los Borbones de nuestra jefatura de estado.


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