jueves, 18 de diciembre de 2014

DÍA DE REYES

DÍA DE REYES

Hubo un día (quizás dos días, una semana) hace muchos años, 40 ó 42 por lo menos, en que creí en los Reyes Magos. Creí que los Magos de Oriente habían venido a mi casa y nos habían dejado una muñeca, una pelota de plástico duro con una goma elástica, caramelos… Lo creí. Creí que los Reyes tenían larga melena y barba larga rubia o blanca y que también había un rey negro con turbante, con ricas capas ribeteadas de armiño, así los veía en mi imaginación alimentada por cuentos. Venían en camellos para los que teníamos que dejar un puñado de paja. Para los Reyes había que poner unos dulces y una copa de anís. También debíamos dejar los zapatos para que nos los llenaran de caramelos. Ese día de Reyes habíamos ido todos, mis padres y mis hermanos, a recoger la oliva, con un frío polar, y a la vuelta encontramos encima de la cama de mis padres los regalos que he descrito antes y unos caramelos. Hasta mi madre se creyó que habían venido los Reyes de verdad. Nuestra tía Juana Dios nos los había echado, empujando la ventana, que encajaba mal. Sólo creí en los Reyes unos pocos días porque en aquella época y en aquel contexto, hacer regalos de Reyes a los niños era una rareza. Tuvimos mis hermanos y yo (excepto mi hermano Pedro, el menor) una infancia sin regalos, o muy escasos. Los regalos eran una excepción y venían sobre todo de Francia, cuando mi madre, o mi padre y mi hermana,  volvían de la vendimia y traían algún pequeño juguete extraordinariamente valorado: un mono que daba volteretas, un costurero… También recuerdo a través del recuerdo de los mayores, un regalo que nos hizo nuestra abuela Beatriz: unos tanques para mis hermanos, que les pasaron la cuerda el mismo día que los recibieron y ya no volvieron a funcionar, y una muñeca rubia con un chupachup en cada mano para mí, creo, quizás para mi hermana. Como digo, tuvimos una infancia sin regalos o muy pocos, sin embargo, y pienso que hablo también por mis hermanos, no lo vivimos como una carencia. Era así para nosotros y para todos los niños de nuestro entorno. No nos sentíamos infelices por ello. No era un trauma. Venía en el coche oyendo a mis hijos hacer su lista para Papa Noel y los Reyes, porque ahora hay doblete, y me ha poseído este recuerdo. Lo he traído hasta aquí como una copa a punto de desbordarse, sin querer perder una gota, para compartirlo con vosotros. Hoy no quiero hacer valoraciones de cómo afecta la sobreabundancia, de cómo se puede ser feliz sin regalos, de por qué deberíamos ser más razonables, menos consumistas. Hoy sólo quería deciros que un día, o varios, de verdad creí en los Reyes y que creer en esa fantasía me hizo feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario