domingo, 19 de febrero de 2017

NEOLIBERALISMO REPRODUCTIVO

NEOLIBERALISMO REPRODUCTIVO

Siguiendo a mi admirada Ana de Miguel, recordaré aquí, tal y como señalaba esta filósofa, lo que decía Aristóteles sobre las mujeres: “Parecen hombres, son casi hombres, pero son tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran los hijos son los varones. Las mujeres son meras vasijas vacías, el recipiente del semen creador”. Bien, pues, el neoliberalismo reproductivo ha convertido esta metáfora ominosa en realidad mercantilizable porque los deseos de descendencia de las personas occidentales con poder adquisitivo son superiores al derecho al propio cuerpo de las mujeres pobres.
En el tema de los vientres de alquiler, hay una cuestión que, sorprendentemente, se pone por encima de todas las demás (el concepto de ser humano, los derechos humanos, el derecho de la mujer al propio cuerpo) y es la siguiente: aquéllos que tienen dinero para sufragar una gestación subrogada creen que sus deseos son derechos. Ser padres es una opción, es una aspiración, para quienes no pueden serlo es, además, un anhelo pero desde luego no es un derecho. Y además, ¿desde cuándo los derechos se materializan cosificando a otro ser humano? Es como si el derecho a una alimentación sana y variada nos permitiera ser caníbales.
Aquellas mujeres que tienen por todo patrimonio su propio cuerpo son conducidas, en virtud de ese deseo devenido en derecho gracias a las leyes del mercado, a venderlo o alquilarlo, a comerciar con él para poder sobrevivir. Pero sucede que ese intercambio no es neutro, no se produce en el vacío sino en el contexto de una sociedad patriarcal donde las mujeres son sujetos de segunda y las mujeres pobres, en este caso, simples objetos reproductivos. Una sociedad donde, con esa práctica, se ahonda aún más en la ya enorme asimetría entre sexos.
         No sólo eso, con la aceptación de la denominada “maternidad subrogada” se acepta también una triple desigualdad: de género, porque de lo que se hace uso es del cuerpo de las mujeres; de clase, pues son las mujeres pobres las que se exponen a esta práctica; de naciones, porque este fenómeno genera países exportadores de vientres de alquiler  (India, Bangladesh, Pakistán, Ucrania)  y países importadores de este tipo de servicios.
Se dice, para justificar esta práctica, que es mejor alquilar el vientre que malvivir en la miseria. Pero resulta indecente e inhumano pretender regular y legislar sobre este particular como si ambas partes estuvieran en las mismas condiciones, obviando de forma intencionada la inferioridad palmaria de las mujeres que ceden su capacidad reproductiva. En los países donde esta práctica es legal la legislación blinda literalmente a los compradores del servicio, despojando por completo de derechos a las mujeres gestantes cuya vida, alimentación y hábitos es controlada hasta el mínimo detalle por las clínicas reproductivas. Todo derecho de ellas se reduce a una mera compensación económica previamente pactada. Dicha práctica convierte, además, al neonato en simple mercancía que se puede devolver si no se ajusta a las demandas del comprador.
Las mujeres alquilan sus vientres para que la semilla reproductiva de otras personas tenga continuidad, recordemos que quienes dan continuidad a la estirpe son los que ponen el dinero, no quienes ponen  el cuerpo, que en este caso es un mero elemento utilitario. La opción de poder utilizar el vientre de una mujer para que sea gestante del hijo de otra persona a cambio de dinero es puro neoliberalismo reproductivo. No es un tema menor pues en él está en cuestión el propio concepto de ser humano y de lo que se puede hacer con él. No lo olvidemos.


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