sábado, 17 de septiembre de 2016

PRINCESISMO Y PRINCIPISMO

PRINCESISMO Y PRINCIPISMO

Leí por ahí, creo que en un artículo de Millás, sobre una chica joven que estaba muy enfadada porque su vida no era la de una princesa. Y debo decir que estaba enfadada con toda justicia porque sus padres la habían educado como a una princesa, la llamaban princesa, la mimaban, la adoraban, la cargaban de juguetes de color rosa y después de peinarla le colocaban en su hermosa melena rubia una diadema dorada con forma de corona. Al ir creciendo y desarrollando su individualidad, al ir enfrentándose a la vida real, coger el metro, hacer cola para reclamar una beca, regresar a casa oliendo a fritanga del búrguer, se fue sintiendo la víctima de un fraude perpetrado con todo amor. ¿Por qué su vida no era la de una princesa? ¿Dónde había ido a parar ese mundo maniáticamente rosa en el que la habían criado? ¿La habían engañado sus queridos padres?

Hace poco estuve en un cumpleaños infantil en un local cuyo nombre no consigo recordar porque yo lo rebauticé como "El palacio del ruido". Era sábado y había cinco cumpleaños simultáneamente. Cinco. La industria del  cumple full time, producción en cadena de fantasía, magia al por mayor y al detall. Gigantescos castillos hinchables cansan un poquito a la chiquillería para luego conducirla a una sala donde es maquillada y disfrazada. Posteriormente  desfilan y hay aplausos, música, fotos, en fin, un auténtico coaching para el photo call continuo que será su vida adulta. Después de esto el/la cumpleañera es sentada en un trono y va recibiendo regalos entre aplausos de amigos y familiares. El número de regalos suele ser equivalente al número de invitados, unos veinte fuimos ese día. ¿Qué se le regala a una criatura que lo tiene todo dos veces? ¿Qué hará con esos veinte regalos de hoy que se suman a una habitación ya llena hasta la bola? Ir echándolos al montón, igual que hace el tío Gilito con sus sacos de monedas con el símbolo del dólar, supongo. Valioso entrenamiento para formar parte de la sociedad de consumo. Mientras tanto los adultos (mujeres a un lado, hombres a otro, esto va así) trasegamos quintos y comemos pizza. Le digo a la abuela de la homenajeada:
- ¿Oye, Manuela, tú cómo ves esto? ¿no se nos estará yendo la cosica de las manos?
-  Pues mira, hija, yo creo que sí. Yo a mis mayores no les celebraba los cumpleaños porque entonces no se usaba y a mi menor la mandaba a la escuela con una caja de galletas surtidas para que convidara a los compañeros. Y ya está. Y esto de hoy día, yo qué sé...

Como las costumbres se hacen leyes, tú a uno de estos ejemplares de hoy día le dices que no le celebras el cumpleaños y te lía un gas que tiembla el misterio.


Igual estoy algo  viejuna, no digo que no, pero, sin querer quitarles a los críos sus momentos de ilusión y fantasía, ¿no deberíamos dar a nuestras hijas e hijos una educación un poquito más adaptada a las expectativas reales? ¿No deberíamos dotarlos de las herramientas para que se valgan en la vida, sabiendo que éstas no son de color rosa ni están recubiertas de purpurina? A base de protección y complacencia les hurtamos la percepción de la realidad, les damos una visión distorsionada de lo que será la vida, como le pasaba a la muchacha del texto de Millás, con síndrome de frustración por desprincesamiento. Dice el filósofo y pedagogo Gregorio Luri que tal vez estemos criando la generación más frágil e insegura de la historia. Creo que no le falta razón.

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