lunes, 13 de octubre de 2014

EL LOOK DEL ASESINO

EL LOOK DEL ASESINO
            No he oído decir de ningún asesino en serie, de ningún maltratador o abusador de menores: pues sí, señor, tenía mucha cara de asesino, esto se veía venir. No, lo que siempre oímos en los telediarios es: parecía una persona normal. He aquí la trampa ¿Qué es una persona normal? Nuestra normalidad se viste en Zara o H&M,  lleva un corte de pelo estándar y huele a lo que olemos todos,  tiene estudios secundarios, universitarios o escasos y  trabaja en una fábrica o en una oficina o no trabaja. Estamos rodeados de normalidad y no concebimos que esa normalidad albergue monstruos, sería como aceptar que si ese vecino tan normal ha llegado a asesinar, quizás también pueda hacerlo mi vecina, o mi marido. O yo misma. Y por lo visto nuestro imaginario colectivo ha decidido que los asesinos o en general aquellos que están al margen de esa normalidad que no asesina, deben estar metidos en una especie de barrio apartado y oscuro, de callejas malolientes, con tipos de aspecto más que dudoso y que de ahí se escapan de cuando en cuando para cometer sus fechorías pero luego vuelven a su barrio, a su normalidad, ajena a la nuestra.
            Esperamos de un asesino toda una serie de signos externos que nos demuestren de qué es capaz. En estos signos externos nos han educado desde los mass media  hasta los cuentos infantiles: el asesino es extremo, no tiene tiempo de afeitarse bien y de cuidar su aspecto o bien es tan relamido que te hace sospechar, el asesino tiene las cejas formando una uve o risa sardónica, viste de forma extravagante, habla de manera escalofriante o ridícula.
            Pero nadie desconfía de aquellos que se ajustan a nuestro marco de normalidad.
            Y sin embargo la experiencia nos demuestra que esto no es así, que dentro de esa normalidad nuestra a veces hay esquinas oscuras, rincones, cornijales, callejones donde acecha el peligro y finalmente la muerte. Que el look del asesino es una foto de carnet, un selfie, un retrato de boda, un cartel electoral, da igual.
            Por eso a veces nos esforzamos por parecer normales, como cuando nos para la policía y tratamos de poner cara de ciudadanos ejemplares, que jamás han cometido una infracción ni se han cagado en la puta madre del alcalde, que ni siquiera lo han pensado.
            Supongo que por eso nos ha costado aceptar que durante años el crimen organizado nos ha estado pidiendo su voto desde los carteles electorales y que nosotros se lo hemos estado dando. Es lo que me ha pasado a mí, no puedo decir que yo sea especialmente espabilada, soy más bien eso que los ingleses llaman gullible (crédulo/a) y que me define muy bien porque me parece una palabra onomatopéyica que se pronuncia como tragando saliva del mismo modo que hemos estado tragando conceptos intragables.
            El sindicato del crimen nos gobierna prevaliéndose de su aspecto de normalidad, sin embargo sus almas deben tener barbas mal rasuradas, ojos inyectados en sangre y tatuajes aterradores.
            La caricatura del asesino tiene normalmente el aspecto del paria de la tierra decimonónico, del lumpen, del patibulario. Este tipo (nunca suele ser mujer) nos asusta desde nuestras pesadillas infantiles, las mías tienen la cara del Lute con el brazo en cabestrillo y escoltado por una pareja de la benemérita. Y sin embargo, amigos y amigas, reflexionemos un momento y pensemos en quién y cómo comete los crímenes más masivos, los más terribles y raramente perseguidos por la  justicia de ningún país. Y en qué aspecto tiene.


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