UNA TRAGEDIA MENOR
Los negros no están contados. Los negros no cuentan. En
las películas de Tarzán eran puro atrezzo: cuando el director quería
mostrar lo peligroso de un itinerario,
hacía que se cayeran por el precipicio un puñado de negros, así, al menudeo,
sin contar. Los negros estaban de relleno, si atacaba un león al primero que se
comía era al negro del taparrabos; iba desarmado, claro. Mientras, el blanco,
con su indumentaria del Capitán Tapioca, se echaba al rifle a la cara y le
pegaba dos tiros a la fiera que la dejaba patas arriba. Los negros servían para
portear pesados fardos y para demostrar cuán peligroso podía ser el entorno, nada
más. Han muerto 148 jóvenes
universitarios en Kenya, a poca gente parece importarle. El foco mediático está
demasiado ocupado en los desfiles de
Semana Santa y en el historial médico del piloto de Germanwings, los negros se
salen del plano. Son casi tantos como
los del avión alemán y son diez veces más que los del atentado de Charlie
Hebdo, cada uno de ellos es una tragedia que conmociona, todos dejan una
familia rota de dolor. Pero sin embargo, empatizamos poco con ese dolor por la
lejanía física y mediática. Las doscientas niñas secuestradas por Boko Haram
sólo empezaron a importar a las dos o tres semanas de su secuestro, cuando
vimos a Michelle Obama sosteniendo un cartel con el hashtag #freeourgirls, todo
ello relacionado con la visita del presidente Obama a África sin visitar
Nigeria pues su presidente Goodluck Jonathan empezaba a decantarse por la
órbita china ¿Qué ha sido de ellas, qué más sabemos? Nada, salieron del plano
informativo. Igual que en las películas de Tarzán, nuestro mundo mediático está
fuertemente jerarquizado y desde luego el lugar más alto de la jerarquía lo
ocupan los occidentales blancos. Nada es casual, ni en los medios ni en nuestro
ánimo: un centenar y medio de negros despeñados por el precipicio de la
indiferencia occidental. Una tragedia menor.
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