miércoles, 13 de mayo de 2015

ABOU

ABOU

Abou viaja tan ligero de equipaje que el contenido de su maleta es él mismo. A Abou su padre, que también se llama Abou,  lo quiere mucho, por eso lo ha metido en una maleta. Al meterlo en la maleta debe haberse sentido como si metiera su corazón en una caja.  Es lo que hubiera sentido yo, que quiero a mis hijos tanto como él debe querer al suyo. Pero Abou padre ha metido a Abou hijo en una maleta porque ha querido llevarle con él a Europa, a España, para tenerle a su lado y asegurarse de que come, de que va bien vestido, de que puede ir a la escuela y de que va a seguir el tratamiento adecuado para curar su paludismo. Suerte que yo nunca me he visto obligada a hacer algo así porque estoy segura de que también hubiera metido a cualquiera de mis criaturas en una maleta después de darle muchos besos y de decirle: "no te preocupes, tu duérmete y cuando te despiertes ya habremos llegado". Y Abou hijo que sabe que su padre le quiere mucho, le ha hecho caso y se ha encogido en la maleta. Pero en Europa, en España,  aunque no hay leyes que impidan que los inmigrantes sean devueltos en caliente en la misma valla de Melilla, sí que hay leyes para niños en maletas y también hay leyes contra padres desesperados que buscan un futuro mejor para sus hijos. Por eso Abou padre está en prisión y Abou hijo está solo y asustado en un centro de acogida. Si aquellos que han cometido esta injusticia buscaran su corazón para meterlo en una caja, no lo encontrarían.

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